
Poner, negro sobre blanco, aquellos
diez títulos, con sus 169 artículos y las disposiciones finales no fue nada
fácil y nunca podremos agradecer suficientemente el esfuerzo de síntesis y
consenso que hicieron un puñado de hombres, de distintas ideologías políticas,
que dejaron en un segundo plano sus máximas por el bien de España y de los
españoles. Tanto la derecha franquista, que había tenido el monopolio político
durante cuarenta años, como la izquierda, exiliada y represaliada durante todo
ese tiempo, lograron ponerse de acuerdo sobre las bases de la democracia y la
libertad. En esos días se vivieron cosas que pocos años antes parecían
imposibles, como a Manuel Fraga haciendo la presentación de Santiago carrillo
en el Club Siglo XXI o al secretario general del Partido Comunista poniendo la
bandera roja y gualda en la sede del Comité Central. Y todo ese proceso estaba
dirigido por el que había sido protegido de Herrero Tejedor, un influyente
falangista, y hasta no hacía mucho secretario general del Movimiento, el presidente
Adolfo Suárez González, paradojas de la Historia, el mejor presidente que hemos
tenido desde la Transición y el que mas ha luchado por la democracia. Fernando
Ónega, dice que Suárez fue el último
patriota, pero yo estoy convencido que todavía quedan unos cuantos, aunque
difícilmente podrían ser tan generosos y sacrificados como demostró D. Adolfo.
Aquella altura de miras todavía es un ejemplo hoy para muchas naciones del
mundo.
Nuestra Carta Magna, como toda
obra humana, no es perfecta, pero es razonable, he ahí su grandeza en un país
como este. También es modificable, porque no se trata de Las Tablas de la Ley
ni sus artículos son los Diez Mandamientos. Pero debe ser el pueblo el que
decida si es conveniente cambiar algo y tiene que ser mediante otro referéndum
nacional. La Constitución ya ha sido modificada ilegalmente (para limitar el
techo del Déficit), con el acuerdo de los dos grandes partidos y los
nacionalistas de derechas, y así dar satisfacción a las demandas de las
instituciones financieras europeas, a la Comisión de la UE y al FMI. Eso mismo
se podría haber hecho con una ley ordinaria, poro se le quiso dar mayor rango
aún a riesgo de cometer un golpe de Estado institucional. Abrir el melón
constitucional y, sobre todo, modificar la ley de leyes sin total consenso y
sin el mandato popular de las urnas es tan peligroso que este magnífico
instrumento se puede convertir en nuestra caja de Pandora.
Se avecinan días difíciles en el
conflicto que mantiene el Estado con Cataluña y aquellos líderes clarividentes
ya se han muerto o están gravemente enfermos. Ahora reinan los oportunistas y
los pusilánimes. El President Artur Mas ha dicho que antes de final de año dirá
cuándo se va a celebrar la consulta independentista y qué piensa preguntar, y
el presidente Rajoy continúa sin hacer nada al respecto. Pero, hete aquí, que
ha surgido una tercera vía, la que proponen los socialistas, una maniobra para
intentar mitigar su debacle. No es otra que modificar la Constitución, ¿para
qué?, pues pretenden dar a Cataluña el status que tienen país Vasco y Navarra,
algo que ya había pactado Zapatero con los nacionalistas, que contemplaba el
nuevo Estatuto y que, como era lógico, echó abajo el Tribunal Constitucional.
Pero, una fechoría semejante, una modificación sustancial de la Constitución,
al margen de la voluntad mayoritaria del pueblo, no solo enterraría la
Constitución de 1.978, también la democracia, y puede que a España.
En la foto, los padres de la Constitución.
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