
La indignación de los ciudadanos
es monumental, pues el caso Bárcenas ha sido uno de los mas mediáticos y,
además, todo el mundo es consciente de que no se trata solo del enriquecimiento
ilícito de una persona, sino de la financiación ilegal del partido político que
gobierna España.
La gente recuerda las palabras
que el presidente Rajoy le enviaba en SMS: “aguanta, Luis, sé fuerte” y al Partido
Popular esto no le va a salir gratis, al contrario, tendrá un gran coste
electoral, porque muchos de los ciudadanos que dieron su confianza al PP en las
últimas elecciones no son incondicionales y si ya estaban suficientemente
cabreados por los incumplimientos del programa político que votaron, al que
Rajoy ha dado la vuelta como si fuera un calcetín, esto es la gota que colma el
vaso. La dirección del Partido Popular lo sabe, naturalmente, pero si Bárcenas
fuera condenado a una larga pena de prisión y, desesperado, hablara sería
todavía peor, porque no solo perderían las elecciones, algunos conspicuos del
PP podrían acabar también a la sombra
A mí, sin embargo, lo que mas me
preocupa no es el escándalo de la excarcelación de Bárcenas y otros episodios
sangrantes que estamos padeciendo relacionados con la corrupción que ha campado
en España a sus anchas, sino la degradación democrática que está sufriendo
nuestro país y que aún puede empeorar, una democracia por la que muchos lucharon
y se sacrificaron. Durante el primer Gobierno de Felipe González fue muy
comentada la intención de Alfonso Guerra de “asesinar a Montesquieu”, es decir,
cargarse la división de poderes que consagra la Constitución. Pero aquello no
es nada comparado con lo que estamos viendo en los últimos años. Ya he dicho
varias veces, y lo repito ahora, que el mayor problema al que nos enfrentamos
los españoles es al golpe de Estado, que no siempre va acompañado de la salida
de los “tanques” a la calle. Sería el segundo desde la Transición y recordemos
que el primero, contra Adolfo Suárez (no estoy hablando de la “tejerada”), salió
triunfante. Estamos gobernados por golpistas y también los hay en abundancia en
la oposición. Cambiaron la Constitución sin consultar al pueblo y quieren
cambiarla otra vez para dar satisfacción a los independentistas catalanes,
ganaron las elecciones financiados con dinero negro procedente de constructores
y otros empresarios a cambio de suculentos contratos que pagamos nosotros y los
que buscar asesinar a Montesquieu han vuelto con ánimo renovado, apartando a
los jueces incómodos y manejando la Justicia a su antojo.
Los españoles cometeríamos un
gravísimo error si no nos tomáramos en serio la amenaza que representan los
falsos demócratas. Estamos en un año electoral que, depende de nosotros, puede
servir para forzar un punto de inflexión a la deriva de la degradación
democrática. Hay partidos y movimientos nuevos que quizá no nos satisfagan y
sobre los que tenemos fundadas dudas, pero que pueden servir de instrumento (es
el único que tenemos) para una rebelión imprescindible y necesaria.
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