
Yo voy extraer dos conclusiones que
considero importantes de lo que ha sucedido en la huelga política ilegal del 8
de noviembre, al margen de su fracaso: en primer lugar, la estrategia del
Gobierno de Rajoy, con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría dirigiendo
el cotarro, sigue centrada en ceder la iniciativa a los independentistas, que
estos se cuezan en su propia salsa y que todos los catalanes se den cuenta de que
los han metido en una olla con el agua hirviendo. Por eso y porque el Gobierno
de España, al no haber sabido ganar la batalla mediática, está acomplejado, no
intervinieron la Guardia Civil y la Policía Nacional para despejar las carreteras
y las estaciones y vías férreas, dejando que grupos de estudiantes, a veces
unas pocas docenas, provocaran caravanas kilométricas de camiones, muchos con
productos perecederos, y que miles de automóviles, incluso con niños en su
interior, tuvieran que estar hasta 14 horas en la carretera sin agua y sin
comida, mientras Los Mosoos, como se vio el 1-O permanecían sin hacer su
trabajo. Rajoy no va a cambiar ahora de carácter y prefiere el caos a imágenes
de las Fuerzas del Orden cargando contra los piquetes. En segundo lugar, no
podemos perder de vista la estrategia de los golpistas, que se han hartado de
repetir como loros su falso pacifismo y su no violencia, una no violencia que
usan para arrollar, eso sí, brazos en alto, a la Policía y que, cuando pueden,
dejan en segundo plano para patear agentes y destrozar vehículos de la Guardia
Civil. La no violencia puede ser muy violenta. Me viene a la memoria, sirva
como ejemplo, lo que sucedió en el Sáhara Occidental. En 1.976 España abandonó
el Sáhara y a los saharauis a su suerte, estamos hablando de personas que
tenían, salvando las distancias, como los catalanes, carnet de identidad y
pasaporte español. El rey Hassan II de Marruecos, padre del actual monarca,
organizó una gran marcha “pacífica”, "La marcha verde", de decenas de miles de personas, con
mujeres y niños al frente, que cruzaría la frontera e invadiría el Sáhara
Occidental para apropiarse Marruecos de aquella tierra y de sus riquezas. El
Ejército español, que había estado minando la frontera, enterrando carros de
combate M-47 en la arena y desplegando piezas de artillería, recibió la orden
de retirarse, no se podía disparar contra gente pacífica. Mientras los
militares españoles hacían el petate con lágrimas en los ojos, los pacíficos
marroquíes bombardeaban, desde cazabombarderos F-5, con bombas de napalm (fósforo blanco gel y
gasolina) a las columnas de indefensos saharauis, mujeres y niños incluidos,
que huían, con el DNI español en el bolsillo, hacía la frontera argelina, en
uno de los crímenes del siglo XX de los que menos se ha hablado.
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