Ante el escándalo internacional, el mando fascista argumentó que en Guernica había fábricas de armas y un puente importante y que la ciudad era un objetivo de carácter militar prioritario para cortar la retirada hacia Bilbao de las fuerzas republicanas. Pero la realidad era muy distinta, porque ni la pequeña fábrica situada en las afueras fue bombardeada ni tampoco el citado puente, que quedó intacto, pues el ataque no era de precisión, porque se realizó a 3.600 metros de altura, aunque la localidad vasca carecía de cualquier tipo de defensa antiaérea. La verdad es que el bombardeo tenía otros objetivos, por parte de las mandos "nacionales" se trataba de aterrorizar a la población civil para terminar pronto la campaña de Euskadi y los alemanes de la "Legión Cóndor" estaban interesados en probar nuevas armas y nuevas tácticas de bombardeos de "alfombra" sobre ciudades.
El teniente coronel Richthofen reconocía, con una criminal ironía, en su diario que en Guernica se había comportado "muy maleducadamente" y el criminal de guerra nazi y jefe de la Luftwaffe, Hermann Wilhelm Göring, manifestó en "Los Juicios de Núremberg" que "sus muchachos tuvieron un buen entrenamiento en la Guerra de España".
En el bombardeo participaron cuatro escuadrillas de aviones Junkers Ju-52 y una escuadrilla de bombardeo experimental compuesta por varios Heinkel He-111 y Dornier Do-17, que fueron escoltados por cazas Heinkel He-51 y Messermitch Me-109. También colaboraron varios cazas italianos.
No fue posible determinar el número exacto de víctimas porque las tropas franquistas, que entraron dos días después en la ciudad, quemaron los archivos del ayuntamiento, pero la población quedó completamente destruida, ya que no solo se utilizaron bombas convencionales de 250 kilos, también cientos de pequeñas bombas incendiarias de un kilo que convirtieron la ciudad, que carecía de servicio de bomberos, en una antorcha.
En 1.997, el entonces presidente de Alemania, Roman Herzog, en el 60 aniversario del bombardeo, en carta leída por el embajador alemán en Madrid a los descendientes de las víctimas, pidió públicamente perdón por la manifiesta autoría de la masacre.
Nada refleja mejor el horror de este triste episodio de nuestra contienda civil que el genial cuadro pintado por Pablo Picasso que se conserva, desde 1.992, en el Museo Reina Sofía de Madrid.
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