¿Cómo le queda el cuerpo si le llega un niño de ocho años de la escuela, un niño que todavía cree en los Reyes Magos, y le dice que estuvieron allí unas señoras y les dijeron que los niños se pueden casar con los niños y las niñas con las niñas y que no lo entiende? Le aseguro que no me lo estoy inventando. El primer impulso que pasó entonces por mi cabeza fue el de ir allí corriendo a hacer algo violento, pero, afortunadamente, recapacité, lo descarté, y no hice lo que me pudo perjudicar gravemente y también pudo perjudicar a mi familia. La segunda opción fue no hacer nada, pero yo no soy un pusilánime y siempre hago algo contra las injusticias. Mi tercer pensamiento es hacer lo que estoy haciendo ahora, compartir esto con usted. Yo no sé si escribir esto será la mejor opción, pero no se me ha ocurrido otra. En efecto, activistas LGTBI sin titulación alguna, la mayoría lesbianas y trans, son pagadas con dinero público para que vayan a las escuelas a adoctrinar a los niños. “Lo que quieran, pero que no me toquen los niños”, es una frase que se atribuye a Vladímir Putin. Bien, estoy de acuerdo con el presidente de Rusia. Nunca fue frecuente tropezarse con niños y niñas de 14 ó 15 años besándose el público, pero ya empieza a ser frecuente ver a niñas de 14 ó 15 años cogidas de la mano, besándose en la boca y metiéndose la lengua hasta la garganta en público ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién ha convencido a todas esas niñas de que eso mola mucho, y que así se ven validadas y empoderadas ¿Las convencieron las lesbianas y trans que dijeron al niño de ocho años que se podía casar con otro niño?. No puedo terminar este pequeño escrito sin hacerle una recomendación, (permita una recomendación, como diría el difunto exsecretario general del PCE, Paco Frutos, en su famoso discurso contra el independentismo catalán en 2017 cuando espetó “yo también soy un botifler, un traidor a las mentiras y a las historietas que os inventáis cada día”) escriba en su navegador de Internet “Coro gay de San Francisco” y vea un vídeo de Pablo Muñoz Iturrieta que le pondrá los pelos como escarpias y que dejará mucho más diáfano que mis palabras de qué estamos hablando.
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