
El presidente del Gobierno en
funciones se ha ido a pasar unos días de vacaciones a Marrakech. Aunque yo
creo que un presidente del Gobierno debería pasar sus vacaciones en España,
otros mandatarios europeos también han disfrutado sus vacaciones fuera de su país,
precisamente en España, como el entonces primer ministro británico Toni Blair,
al que Aznar, compañero de correrías, invitaba a Doñana, o como la entonces
canciller Angela Merkel, que solía pasarlas en La Gomera (Islas Canarias).
Pero, marcharse de vacaciones a Marruecos en plenas negociaciones para poder
formar Gobierno y precisamente al país con el que Sánchez ha mantenido una,
digamos extraña, relación tiene algo más que su aquel, es otra humillación más
a la que Sánchez somete a España y a los españoles. En efecto, recordemos que,
tras la retirada de la embajadora de Marruecos en Madrid, bajo la coartada del enfado por la ayuda médica
humanitaria prestada por nuestro país al presidente de la RASD, Brahim Gali,
gravemente enfermo de Covid, y las inaceptables presiones y chantajes del
gobierno de Marruecos, sobornos de eurodiputados y espionaje del teléfono móvil
del presidente español incluidos, cosas que ningún país serio toleraría, Pedro
Sánchez dio un giro histórico al contencioso por la soberanía del Sáhara
Occidental, de la que España, por mandato de la ONU, es potencia administradora,
entregándolo, en contra de la opinión de todas las fuerzas políticas, incluido su propio partido, gentilmente a Marruecos. Entonces Sánchez y el ministro de
Exteriores, José Manuel Albares, las dos personas que, desde que tengo uso de
razón, he conocido que con más cara dura y con más aplomo mienten, nos dijeron
que a cambio (como si una traición así al pueblo saharaui pudiera estar sujeta
a trueque) Marruecos retomaría las buenas relaciones con España, abriría las
fronteras en Ceuta y Melilla e impediría la masiva e incesante llegada de
inmigrantes irregulares a España. Pues bien, salvo el
regreso de la embajadora alahuí a la capital de España, nada ha cumplido Marruecos
de lo que, según el presidente del Gobierno y su ministro de exteriores, se
había acordado. No solo Mohamaad VI y sus secuaces siguen enviando inmigrantes, también menores, a miles para aliviar la grave situación social en su país y llenarse, de paso,
ellos las alforjas, alcanzando la brutal cifra de 1.200.000 inmigrantes, solo
marroquíes, ya en España, no solo siguen cerradas las fronteras con Ceuta y
Melilla, no solo Marruecos sigue enviando hachís para toda Europa a través de Estrecho
de Gibraltar, el sátrapa marroquí, en otro desaire a España, ni siquiera
recibió a Pedro Sánchez cuando se celebró allí una reunión conjunta entre ambos
gobiernos "para limar asperezas" y acordar nadie sabe qué. El único “éxito” en
todo este asunto de Sánchez y Albares es que las relaciones de Argelia con
España son las peores de la historia entre ambos países y que el gas argelino
para Europa no vendrá a través de España, sino de Italia. Es en este contexto
que el presidente en funciones viaja de vacaciones a Marruecos, unas vacaciones
que, aunque privadas, realiza representando a España, porque, al menos de
momento y con muchas posibilidades de seguir en el cargo, todavía siendo
presidente del Gobierno.
Si el escarnio que suponen para el
prestigio de España y el perjuicio de los españoles las actividades de Sánchez
en y con Marruecos no fueran suficientes, asistimos también al chantaje de
exterroristas, nacionalistas, independentistas y golpistas, con el fugado de la
justicia, Puigdemont, como la guinda más grosera de este asqueroso pastel. Han
visto que el gobierno de España se deja extorsionar y lo aprovechan al máximo.
Las cosas que estamos escuchando son muy fuertes, y desde el golpe de Estado de
enero (digo bien, enero, que no febrero) de 1981 yo no había visto algo tal
grave, también con los socialistas de por medio (recordemos las conversaciones
de Enrique Múgica con el general Armada, por ejemplo). Se habla de amnistía, de
referéndum en Cataluña (orillando la Ley y la Constitución) y de que las CC AA que se han esforzado en la gestión y
en el control del dinero público, y el mayor endeudamiento del Estado, paguen la estratosférica deuda de los que abren embajadas en el extranjero y pagan la mansión del
prófugo Puigdemont en Waterloo. Solo nos queda ver como Pedro Sánchez y los
suyos lo disfrazan de “nueva financiación autonómica” y de otros pasos más en
la necesaria “normalización” de Cataluña. A cualquier persona decente todo esto
debería producirle arcadas.
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