Pocos exploraron y conocieron tan
bien los mares del mundo como el francés Jacques Cousteau, que mucho antes de
su muerte ya había levantado la voz advirtiendo sobre lo que estaba sucediendo.
El drama ya es perfectamente
constatable y no tiene discusión. El descenso de las capturas se ha acentuado
en todas las lonjas del mundo y hay especies que hasta hace muy poco tiempo
eran abundantísimas, como la sardina, que casi han desaparecido por completo.
Lo que está pasando con la pesca
se parece mucho a lo que ocurrió con los bisontes en las praderas de
Norteamérica. Durante cientos o incluso miles de años los indios americanos
habían practicado una caza responsable de los bisontes, que los proveían de
carne y pieles, pero la llegada del hombre blanco, de sus rifles y de su
irresponsabilidad dejó las manadas de millones de ejemplares reducidas a unas
pocas docenas. Es inconcebible que los ciudadanos y los Gobiernos no se dieran
cuenta de que miles de barcos faenando continuamente y extrayendo cientos de millones de toneladas de pescado iban a acabar con la vida marina.
La contaminación de los mares es
otro de los condicionantes del holocausto marino. Plásticos de todo tipo
inundan los mares y los fondos oceánicos y son ingeridos por muchos peces.
Incluso a un lugar tan apartado como la Antártida llegan toneladas de residuos del consumo humano.
También el cambio climático
trabaja por la extinción de las especies marinas. En concreto se ha podido
verificar que la variación de las corrientes y de la temperatura de los océanos
está acabando con los nutrientes que sirven de alimento a los grandes cardúmenes
de peces, como los arenques, que son la base de la alimentación de otras
especias de peces y mamíferos marinos. La rápida desaparición de las focas y de
los osos polares tiene mucha relación con este fenómeno.
El problema es global, pero las
soluciones, además de globales, son también locales. Los Gobiernos nacionales y
las CC AA o regiones no pueden hacer dejación de sus responsabilidades. En
concreto, algunas CC AA, como Asturias, tienen competencias en la regulación de
la pesca y otras actividades en las desembocaduras de los ríos y rías, y en las
aguas costeras entre cabos. Mucha gente se sorprendería de la cantidad de
fechorías que se cometen en las aguas costeras asturianas, donde está
autorizado extraer algas (que son refugio de muchas especies y lugar de desove)
o se ponen redes en cualquier sitio y se largan líneas con miles de anzuelos
por todas partes, incluso en lugares prohibidos, sin que haya ningún tipo de
sanciones. Tampoco se establecen lugares
de veda. Si a esto sumamos que en el Mar Cantábrico hay unos 700 arrastreros
que faenan día y noche, tendremos una clara visión de quienes son los
responsables de lo que está sucediendo.
Cousteau sentenció: “dependemos
de los océanos”. Pero todavía hay mucha gente que no se ha dado cuenta de que
la agonía de los mares es nuestra propia agonía.
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