
En el escenario político español hemos retrocedido mas de treinta años. El presidente de la CEOE, Juan Rosell, por poner solo un ejemplo, no habría tenido cabida en la España de Ferrer Salat y José María Cuevas, mucho mas civilizados. Pero el envalentonamiento de la derecha española puede ser su perdición y su viaje hacia el extremismo, hacia posiciones y discursos ultras, puede costarle muy caro.
La crisis económica y el apoyo de los Gobiernos derechistas europeos, y los tecnócratas de Bruselas elegidos por ellos, sirven de coartadas para la ofensiva que estamos viendo, pero tampoco se atreverían a enseñar los dientes, como están haciendo, si la socialdemocracia no se hubiera diluido, como un azucarillo, en su propia derechización. Ni los partidos de izquierda ni los sindicatos son ahora lo que eran, ni gozan, a la vista está, del prestigio que tenían entre los trabajadores.
Asistimos, pues, a una encrucijada histórica a la que es aventurado pronosticar que tipo de salida tendrá e incluso si tendrá salida. Pero las políticas radicales, mas en estos tiempos tan difíciles, no pueden alumbrar nada bueno.
El Gobierno continuará cebándose con los ciudadanos menos pudientes, exprimiéndolos como limones con mas impuestos, mientras los precios siguen subiendo, los salarios se congelan, la demanda se derrumba y el paro escala hasta los seis millones, pero la derecha no cambiará el paso, no claudicará de sus caducas filosofías y no reconocerá que el "pensamiento único" ha fracasado.
Pero la causa de la radicalización derechista puede generar el efecto de la resurrección de la izquierda, la de verdad, y entonces se abriría un escenario nuevo desde el estallido de la crisis, donde la confrontación política, a cara de perro, sería inevitable.
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