
Es decir, no estamos asistiendo a una época de cambios sino a un cambio de Época, donde las relaciones sociales, el intercambio de información, pero, sobre todo, la globalización de la economía, están alterando rápida y drásticamente las relaciones de poder entre los Estados, pero también entre los individuos y entre las clases sociales. Aparecen fenómenos nuevos como la llegada masiva de inmigrantes, la destrucción de la familia tradicional, la proletarización de las mujeres, el ocaso de la religión en los países desarrollados, etc, cosas que están influyendo en la vida diaria de los ciudadanos, pero, principalmente, hay un mundo nuevo donde el poder ya no está en manos del pueblo, ni de los Estados, ni de las organizaciones supranacionales que en el siglo pasado “cortaban bacalao”, sino en las de una oligarquía variopinta de ejecutivos, políticos, accionistas y banqueros, sin escrúpulos, que se reúnen de vez en cuando para discutir como van a repartirse la tarta de nuestras humildes haciendas, el que la tenga, y de nuestras vidas. El resultado de la avaricia de unos pocos es que cientos de millones de personas ven peligrar su modo de vida, cayendo en la explotación laboral o en el paro. La jornada de ocho horas de trabajo empieza a parecer una broma y se generalizan los salarios de miseria mientras se exige mas productividad. La próxima vuelta de tuerca será la desaparición de la negociación colectiva, de los convenios sectoriales. Se impondrá la “negociación” directa entre trabajadores y empresarios, “esto es lo que hay y si no te interesa ahí está la puerta”. La neoesclavitud está a la vuelta de la esquina.
En este contexto aparece la ira de los que ya no tienen nada que perder, de los que se ven obligados a vivir a costa de sus padres, de los que han despertado del letargo y están dispuestos a luchar, “Los Indignados”. No han perdido el tiempo los que pretenden determinar el alcance y las consecuencias de las movilizaciones. Mientras los manifestantes no se salgan de ciertos cauces, hasta tendrán apoyos y caerán simpáticos a los mismos contra los que protestan, pero si hay perspectivas de cambios profundos o revolucionarios los déspotas se quitarán la careta y emplearán la represión en todas sus formas. El “pensamiento único” y el fin de la Historia eran un cuento y los ciudadanos han descubierto el engaño.
Partidos políticos, sindicatos acomodados, oligarquías financieras, etc, sienten el vértigo de lo nuevo, el miedo al cambio y a la incertidumbre, pero este siglo va a dar muchas sorpresas.
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