viernes, 27 de junio de 2025

LOS NIÑOS Y LAS POLÍTICAS WOKE

 


¿Cómo le queda el cuerpo si le llega un niño de ocho años de la escuela, un niño que todavía cree en los Reyes Magos, y le dice que estuvieron allí unas señoras y les dijeron que los niños se pueden casar con los niños y las niñas con las niñas y que no lo entiende? Le aseguro que no me lo estoy inventando. El primer impulso que pasó entonces por mi cabeza fue el de ir allí corriendo a hacer algo violento, pero, afortunadamente, recapacité, lo descarté,  y no hice lo que me pudo perjudicar gravemente y también pudo perjudicar a mi familia. La segunda opción fue no hacer nada, pero yo no soy un pusilánime y siempre hago algo contra las injusticias. Mi tercer pensamiento es hacer lo que estoy haciendo ahora, compartir esto con usted. Yo no sé si escribir esto será la mejor opción, pero no se me ha ocurrido otra. En efecto, activistas LGTBI sin titulación alguna, la mayoría lesbianas y trans, son pagadas con dinero público para que vayan a las escuelas a adoctrinar a los niños. “Lo que quieran, pero que no me toquen los niños”, es una frase que se atribuye a Vladímir Putin. Bien, estoy de acuerdo con el presidente de Rusia. Nunca fue frecuente tropezarse con niños y niñas de 14 ó 15 años besándose el público, pero ya empieza a ser frecuente ver a niñas de 14 ó 15 años cogidas de la mano, besándose en la boca y metiéndose la lengua hasta la garganta en público ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién ha convencido a todas esas niñas de que eso mola mucho, y que así se ven validadas y empoderadas ¿Las convencieron las lesbianas y trans  que dijeron al niño de ocho años que se podía casar con otro niño?. No puedo terminar este pequeño escrito sin hacerle una recomendación, (permita una recomendación, como diría el difunto exsecretario general del PCE, Paco Frutos, en su famoso discurso contra el independentismo catalán en 2017 cuando espetó “yo también soy un botifler, un traidor a las mentiras y a las historietas que os inventáis cada día”) escriba en su navegador de Internet “Coro gay de San Francisco” y vea un vídeo de Pablo Muñoz Iturrieta que le pondrá los pelos como escarpias y que dejará mucho más diáfano que mis palabras de qué estamos hablando.

 

lunes, 23 de junio de 2025

EL PROYECTO NUCLEAR MILITAR ESPAÑOL

 


Al calor de lo que está sucediendo en Oriente Medio se escuchan y se leen muchos comentarios y noticias al respecto, la mayoría claramente desde el desconocimiento. A mí me causan entre gracia y estupor los comentarios que justifican el ataque a las instalaciones nucleares iraníes, que son de exactamente los mismos que apoyan al Estado de Israel y todas las barbaridades y crímenes que el ente sionista lleva haciendo a los palestinos desde su creación en 1948. Este artículo va especialmente dedicado al facherío español, esos que veneran en la intimidad al general Franco (que nunca reconoció el Estado de Israel. Tampoco Adolfo Suárez, ni Leopoldo cavo-Sotelo)) y no se cortan en aplaudir a Netanyahu y a Trump, pero que parecen no tener NPI de nuestra historia, de su propia historia:

Tras la guerra de Ifni (1957-1958), una guerra que perdió España ante Marruecos porque los "aliados" estadounidenses prohibieron a nuestro país utilizar los aviones F-86F Sabre (Ala 12, basados en Zaragoza) el régimen franquista, con muy buen criterio, se planteó desarrollar un programa nuclear militar para obtener la bomba atómica. El criterio, sí, era inteligente, porque España se había dado cuenta de que EE UU volvería a apoyar a Marruecos ante otra confrontación, bien porque era un instrumento contra Argelia, aliada entonces de la URSS, bien porque también era un instrumento de chantaje potencial contra España: O haces lo que yo te ordeno o azuzo al perro del sur contra ti. Como luego se vio durante la Marcha Verde y la apropiación marroquí del Sahara Occidental, con el apoyo de EE UU, las autoridades franquistas sabían muy bien a lo que España se exponía (y se sigue exponiendo). Así que sí, el programa nuclear militar de España, que más tarde se bautizaría  como "Proyecto Islero", empezó a dar tímidamente sus primeros pasos. Los reactores de Westinghouse Electric Company, de las centrales nucleares españolas, no proporcionaban el material suficientemente enriquecido para hacer una bomba atómica, y desarrollar un programa nuclear desde cero, con miles de centrifugadoras, sería demasiado caro. Pero, hete aquí que en Francia gobernaba entonces el general de Gaulle, que soñaba con una Europa también fuerte militarmente e independiente de EE UU. Así que Francia se comprometió entonces a suministrar a España un reactor del que se podría obtener plutonio para hacer una bomba atómica (lo mismo hicieron los franceses con Israel, craso error). El incidente de Palomares, donde cuatro bombas atómicas cayeron de un bombardero estratégico B-52, de EE UU, proporcionó al ingeniero español, Guillermo Velarde, un detonador y el mecanismo de la bomba H. Fue lo único bueno de aquello, porque, aunque entonces Fraga se bañó con el embajador americano en Madrid para decir que no pasaba nada, la verdad es que a día de hoy la radioactividad todavía continua en Palomares. Desde la Guerra de Cuba, y recordemos que Franco fue aliado de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre EE UU y España no eran de amistad, eran solo de interés. El régimen franquista sobrevivía gracias al apoyo diplomático de EE UU (no a la leche en polvo caducada ni a la chatarra de buques que nos enviaron) y EE UU obtenía bases militares y una nación más, muy estratégicamente situada, a sus órdenes. Así que los militares franquistas, con el almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno, como máximo representante, creyeron que podían ir por libre, que podían jugar a ser patriotas, que podían hacer algo para proteger a España, y que EE UU lo iba a permitir. Se equivocaron. Con el Proyecto Islero bastante avanzado, el Secretario de Estado, Henry Kissinger viajó a España, en 1973, para entrevistarse con el presidente del Gobierno español, el almirante Carrero Blanco. El judío solo traía un objetivo: convencer a Carrero Blanco de que España abandonara el programa nuclear. No lo consiguió. Pocos horas después, ETA asesinó al presidente del Gobierno de España, aunque la propia familia del almirante sigue manteniendo hoy que, en realidad, fue la CIA. Años después, el Presidente Adolfo Suárez, para mí el presidente más patriota que hemos tenido, quiso retomar el programa nuclear militar español, pero, "casualmente", tuvo que dimitir en el golpe de Estado del 29 de diciembre de 1981, el de verdad, el que triunfó, no el de 23 de febrero.

Bien, amigos, ahora, sabiendo que la intervención grosera de EE UU en Irán no es, ni mucho menos, una singularidad, ya pueden ustedes opinar con conocimiento de causa.

martes, 3 de junio de 2025

EL ICOSAEDRO VERDE (un talismán de otro mundo)

 


¿Nunca ha tenido usted la sensación de haber vivido antes algo perecido, a sabiendas de que no ha sido así? ¿nunca ha sospechado que existen otros mundos habitados, no a millones de años luz, sino aquí mismo? Permítame contarle esta historia:

Todo empezó en una noche cálida y húmeda. Me desperté en medio de un prado cerca de unos acantilados, el ruido del mar azotando sobre las rocas me había sacado de los brazos de Morfeo. Yo no sabía que diantres hacía allí y le juro por mis muertos que no había bebido. No se veían casas cerca ni más luces que la de la Luna, en menguante, y las estrellas. No sabía que hora era. Estaba completamente agotado y dolorido, como si me hubieran dado una paliza, hasta tal punto era así que, a pesar de mi desconcierto, volví a recostarme al lado de la bicicleta, en aquella hierba esponjosa y mullida que frecuentemente crece en la costa, y volví a quedarme dormido. No sé el tiempo que pasó hasta que unas voces volvieron a despertarme. Estaba amaneciendo y me incorporé con mi ropa empapada por el rocío de la noche. Anduve cojeando unos 50 metros, pues me dolían todos los huesos, especialmente la rodilla de la pierna izquierda, hasta un matorral que separaba el prado de un camino sin asfaltar que terminaba en una amplia explanada de tierra. Cuatro camiones una excavadora y dos vehículos todoterreno estaban aparcados allí y uniformados con subfusiles escoltaban a decenas de personas que discutían y se peleaban por ponerse los primeros en la fila. Fue aquella algarada la que me había despertado, porque no había oído el ruido de los motores. Mirando precavido entre las zarzas vi estupefacto como aquella gente corría a ponerse de rodillas ante una gran fosa para que dos oficiales les dispararan con sus pistolas en la nuca. Horrorizado no pude entender entonces por qué aquellos desgraciados pugnaban por ser los primeros en ser ejecutados y por qué los últimos de la fila lloraban aterrorizados cuando los volvían a introducir en uno de los camiones. Me agaché, con el temor de ser visto, mientras la excavadora echaba tierra sobre los cadáveres, aunque alguno no lo era del todo porque aún se movía, y luego todos se marcharon.

Había pasado una media hora y estaba tan aterrado que no me había movido del lugar, como por encanto, todos los dolores que había tenido hasta hacía poco, incluido el de la rodilla, habían desaparecido. Sentía una sensación extraña, pues poco a poco todo me empezaba a resultar familiar: el entorno, los olores, aquella brisa marina, etc; incluso empezaba a tener una visión distinta de lo que acababa de presenciar. Cogí la bicicleta eléctrica con la que supuse había llegado hasta allí y empecé a andar, sin subirme en ella, por aquel estrecho camino de tierra y pequeñas piedras en la misma dirección que se habían marchado los vehículos. Era poco más que un sendero tortuoso que ascendía en pequeña inclinación rodeado de arbustos y árboles que en algunos tramos casi lo tapaban. En cada curva asomaba la cabeza antes de seguir avanzando y así anduve como medio kilómetro hasta llegar a una carretera ya asfaltada, aunque también estrecha, desde la que se veía a lo lejos una gran ciudad. Me subí a la bicicleta y tomé esa dirección. Pedaleé unos tres cuartos de hora y en ese periodo de tiempo sufrí una especie de metamorfosis: ahora sabía quién era y estaba en mi mundo, así que me encaminé hacia mi casa, el pabellón donde residían los empleados administrativos municipales.

Todo era normal, la misma ciudad de siempre, con sus centros comerciales todavía con pocos clientes. Se veían algunos automóviles descapotables de los accionistas, moviéndose en modo autónomo, y cientos de personas en bicicletas eléctricas como la mía que iban y venían. Al fondo, allá a lo lejos, la zona industrial, con sus chimeneas humeantes.

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Hasta los anuncios que me bombardeaban desde las pantallas situadas en las calles eran los mismos que había visto mil veces.

Entre los edificios de arquitectura poco singular y ninguno de más de 6 plantas sobresalía uno enorme, en el centro de una gran plaza, con forma prismática, totalmente negro y sin ventanas. Aparcado junto a su puerta estaba el camión que se había llevado a la gente que los soldados no habían matado y los dos todoterreno. Todos conocíamos la “Casa del Dolor”, donde los detenidos que entraban rara vez se les volvía a ver. Corría el rumor de que, entre torturas inimaginables, agonizaban durante días o incluso semanas. La “Casa del Dolor” tenía un buen equipo de megafonía donde los ciudadanos de aquella metrópoli podían escuchar los gritos y lamentos de los internados. Todos lo aprobaban, porque se suponía que allí ingresaban los “criminales” y “terroristas” que pretendían subvertir el orden social establecido.

En aquel mundo donde yo vivía las cosas que ahora me parecen inconcebibles eran naturales. Un mundo de pequeños Estados sin poder político. Había dos clases sociales: los accionistas, y los trabajadores, pero ni todos los accionistas ni todos los trabajadores eran iguales, los que más acciones o participaciones en el capital de las empresas poseían eran los mandamases y los que tenían menos eran los que dirigían los medios de producción y los servicios con mano de hierro. Entre los trabajadores también había diferencias, fueran cualificados o no, realizaban trabajos administrativos y técnicos o duras tareas manuales. Los unía unos salarios tan miserables que su economía era de subsistencia, pero mucho peor era no tener empleo, eso significaba la indigencia más absoluta y la muerte. La palabra “padre” había desaparecido del diccionario, pues los niños no conocían más que a su madre. La promiscuidad sexual estaba totalmente extendida, pero había poco tiempo para practicarla. Solo se toleraban los embarazos mediante inseminación artificial con semen sin taras genéticas. Otra cosa que seguramente le llamará la atención de mi mundo es la alimentación. No se imagina usted la influencia que puede tener en el físico y en el comportamiento humano los nutrientes que ingerimos, sobre todo si están convenientemente manipulados. Desde que habían desaparecido las abejas por la acción de algunos pesticidas solo los accionistas tenían una alimentación como la que usted conoce y consideraría normal, porque el precio de los alimentos se había disparado y el paupérrimo poder adquisitivo de los trabajadores solo les permitía alimentarse con la “Gofia”, un preparado con todos los nutrientes necesarios, pero que nadie de los que lo comíamos sabía cuáles eran realmente.

La jornada de trabajo era de 10 horas diarias para los hombres y 8 para las mujeres, domingos incluidos, los trabajadores solo descansaban los lunes por la mañana, pero algunos empleados municipales no trabajábamos los domingos. La máxima autoridad política era la gobernadora (siempre una mujer, pues los hombres habían perdido influencia social y habían caído en desgracia) que era elegida democráticamente cada tres años. Lo de democráticamente es un decir, porque en una sociedad donde los accionistas suponían los 2/3 de la población y tenían el poder económico era imposible que saliera elegido un representante de los trabajadores. Si reflexiona usted un poco se dará cuenta que ese otro mundo no se diferencia demasiado del suyo, donde solo 1/3 de la población mantiene al resto. Pero, a pesar de que son muchos los que viven de las plusvalías que genera su trabajo y de que sin su esfuerzo la sociedad colapsaría, no tienen poder de decisión. Un mundo, el que yo vi, donde la democracia se había convertido en una palabra sin sentido. Eso sí, vivienda, educación y sanidad eran públicas y gratuitas, pero mucho peores que los privados que se podían permitir los accionistas.

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La familia, tal como usted la conoce, hacía mucho tiempo que había desaparecido y hombres y mujeres vivían separados en bloques de apartamentos minúsculos y pabellones con habitaciones compartidas por varias personas del mismo sexo. Empleados municipales cuidaban por el día de los niños que al final de la jornada recogían sus madres. Las mejores casas y zonas residenciales de la ciudad estaban reservadas a los accionistas, los únicos que se lo podían permitir. La meta soñada para los trabajadores de aquella sociedad donde la optimización de los recursos y de los gastos se cebaba en una clase social esclavizada para que la otra viviera en la opulencia era la jubilación a los 50 años, con un retiro dorado en la “Gran Isla”, donde decían que se vivía como en el paraíso. Las mujeres incluso podían jubilarse antes, pues se les descontaba un año por cada hijo que hubieran tenido, hasta un máximo de tres.

Casualmente era domingo y lo dediqué a descansar, a leer en mi habitación y a ver programas y noticiarios en la gran pantalla de vídeo en el salón del pabellón, junto con algunos compañeros de trabajo que se reunían allí en los escasos días de asueto o al final de la jornada de trabajo.

Aquel día me costó coger el sueño y tuve que poner en orden mis ideas. El día anterior, después de salir del trabajo, había ido a la costa en bicicleta, como hacía siempre que había una marea viva con la bajamar al oscurecer. Era una delicia para mí comer unos percebes crudos recién cogidos de las rocas. Aquel sabor a mar me sacaba de la monotonía de la “Gofia”, pero, aunque el paraje era solitario, debía tener cuidado, pues si era descubierto cogiendo alimentos en la naturaleza el castigo sería severo, incluso me podían degradar y enviar a una cadena de montaje de una fábrica o, aún peor, dejarme sin trabajo. Pero, al placer culinario del anochecer se unía la paz del silencio de la noche y el misterio de aquellos ojos que me miraban brillando en la oscuridad entre los matorrales que lindaban con el bosque caducifolio cercano, que a finales de septiembre aún era frondoso. No era la primera vez que veía brillar aquellas pupilas en la oscuridad observándome quietas, sin saber si serían de un perro asilvestrado que había sobrevivido milagrosamente, pues los perros habían sido eliminados hacía tiempo, o de un animal salvaje, pero, no sé por qué, no me daban miedo, hasta el punto de que me había recostado sobre la hierba observando boca arriba las estrellas y me había quedado dormido.

Algo debió operar en mí aquella noche que me cambió para siempre y no el drama que había presenciado al amanecer. Aquellos dolores repentinos y aquella rodilla que no podía articular tenían su porqué. Los sufrimientos físicos habían desaparecido tan rápidamente como habían llegado, pero me aguardaban los psíquicos.  Una pesadilla se repetiría todas las noches: me estrellaba en un automóvil que iba conduciendo, algo que no había hecho jamás, pues solo los accionistas podían permitirse comprar un coche.

Como siempre, me levanté temprano. Al afeitado eléctrico y la ducha rápida siguió el monótono desayuno de todos los días, láminas de “Gofia” con agua. Mi compañero de cuarto era mucho ms rápido y ya estaba vestido mientras yo no había acabado de hacer la cama. Decenas de personas salían del pabellón y tomaban sus bicicletas camino de las oficinas municipales, pero aquel día yo preferí ir a pie, pues no estaban demasiado lejos y tenía ganas de caminar. Los lunes eran días especiales pues siempre había nuevas directrices o nuevas ocurrencias de la superioridad y aquel no lo iba a ser menos. La alcaldesa había decidido que se capturaran y eliminaran todos los gatos callejeros, porque, según ella, empezaban a ser un peligro. Los gatos habían sobrevivido a la matanza de animales domésticos porque los ratones habían proliferado extraordinariamente, pero no se permitía tenerlos en casa.

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Se comentaba que la decisión estaba relacionada con que un gato había arañado a la hija de la alcaldesa al acorralarlo ésta armada con un palo.

Aquella mañana yo no estaba de buen humor, seguramente porque no había dormido bien, pero aquella iniciativa municipal terminó de cabrearme. Una gata, a la que le había puesto el nombre de “Chopi”, se acercaba hambrienta todas las noches, desde hacía años, a la ventana de mi habitación esperando por unas bolitas de “Gofia” que le hacía con mis dedos. Era arisca e independiente, como toda buena felina, pero habíamos establecido un pacto de amistad desde el respeto. Comía de mi mano, pero no me dejaba tocarla.

Había terminado la jornada de trabajo y volvía a casa cabizbajo pensando que nunca volvería a ver a mi gata. A medio camino me encontré con un mendigo tullido, una piltrafa humana. Le faltaban ambos ojos y se apoyaba en una muleta de madera arrastrando las piernas, mientras extendía una de sus manos, sin dedos, implorando algo de comida. Llevaba colgando del cuello el letrero inconfundible de los que habían pasado por la “Casa del Dolor” y que, por una u otra razón, los habían soltado. Ninguno sobrevivía más de unos pocos días, porque la gente les escupía y no les daba nada de comer, pero algo que no había sentido nunca me impulsó a dar a aquel desgraciado algo de “Gofia” que me había sobrado del almuerzo, procurando esquivar el ángulo del objetivo de las cámaras de vigilancia.

Aunque ya casi era de noche el parque estaba lleno de niños con sus madres. El griterío de los infantes se mezclaba con las conversaciones en tono bajo de los adultos. Hombres y mujeres, como todos los días, se encontraban al salir del trabajo para hablar de sus cosas y establecer citas. El parque era un buen lugar de reunión, sobre todo en verano, pero solo para los trabajadores. Los accionistas tenían sus bares, sus clubes y sus fiestas en sus residencias de lujo, algo fuera del alcance económico de los proletarios. En todas partes había pantallas de vídeo que regularmente emitían anuncios y comunicados, pero en el parque había una especialmente grande, donde también se veían películas y soflamas políticas. Las imágenes subtituladas de los noticiarios cada vez insistían más en el peligro que significaba la insurgencia y en los severos castigos que recibían los rebeldes detenidos. Todos lo sabíamos y yo había sido testigo hacía pocas horas de que las autoridades actuaban sin contemplaciones. Pero, aunque los campos de internamiento y reeducación seguían funcionando a pleno rendimiento y en la “Casa del Dolor” se castigaba sin piedad a los más “peligrosos”, nunca se había hablado de fusilamientos o asesinatos en masa. Algo me decía que lo que había presenciado el domingo al amanecer no era un caso aislado, no era una singularidad.

Aquella noche estaba bastante preocupado, por un lado no me fiaba demasiado de mi compañero de habitación y por otro no sabía si “Chopi”, mi gata salvaje, acudiría puntual a la cita. Esperé varias horas en vano. Finalmente me acosté y apagué la luz, mientras las lágrimas me llegaban hasta la boca y podía sentir su sabor salino, tan parecido al de los percebes crudos que había comido el sábado de noche.

La noticia de la mañana era la desaparición de los gatos, adobada con la obscenidad con la que se vendía. A algún funcionario accionista, seguramente para hacer méritos y medrar, se le había ocurrido la brillante idea de hacerla más explícita. Una de las principales avenidas estaba jalonada con picas con gatos empalados. Aquello fue la gota que colmó mi vaso.

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Usted no podría imaginar nunca hasta dónde puede llegar la alienación de un ser humano y la maldad de algunos, pero en ese mundo monstruoso cualquier aberración es posible. Allí existe lo que llamamos la “Ceremonia”, no sé por qué, se celebra todos los años el primer martes del mes de febrero. En ella todas las mujeres empleadas del hogar que trabajan en las casas de los accionistas llevan a sus hijos e hijas de la mano, cuando cumplen cinco años, y se ponen en una gran fila para entrar por una puerta decorada como si fuera la entrada al paraíso. Cuando salen por el otro lado, después de un rato, sus vástagos han perdido la mano izquierda, como ellos de pequeños. Todos los criados y criadas en mi mundo son mancos, porque para hacerlos menos peligrosos y dóciles no había sido una buena idea la manipulación genética y convertirlos en imbéciles. Los idiotas no trabajan ni cocinan bien. Supongo que ya habrá adivinado lo que les podía ocurrir a los que se resistieran o se salieran de la fila, pero yo nunca había visto que tuvieran que llevar a ninguno a la “Casa del Dolor”.

Desde lo que me sucedió aquella noche junto a los acantilados me había convertido en otra persona, ahora era consciente del horror y de la tiranía que imperaban en mi mundo, pero aún me faltaba descubrir algo aún más inimaginable y espantoso para que me convirtiera en un monstruo vengativo. Coincidiendo con el final del verano se celebraba la fiesta más importante del año, precedida de bailes y el correr del alcohol y las drogas gentilmente aportadas por la autoridad municipal. Era la fiesta de la jubilación, donde, después de años de duro trabajo, hombres y mujeres irían a la Gran Isla a disfrutar del resto de su vida. Como todos los años, cuando acababa la fiesta, casi a media noche, unos autobuses engalanados se llevaban a cientos de personas borrachas y drogadas hacia la felicidad, hacía el barco que las llevaría a la Gran Isla, nadie sabía más del asunto. Era jueves y me dirigía andando otra vez a mi trabajo, volví a encontrarme con aquel desecho humano, con aquel tullido semicubierto por un saco al que había dado algo de “Gofia” unos días antes. Me parecía increíble que todavía no hubiera muerto. Esquivando las cámaras de vigilancia me volví a acercar a él para darle un trocito de la comida que llevaba para el almuerzo. No sé si me olió o me sintió de alguna manera, pero sabía que era yo, aquellas cuencas vacías miraban más adentro que muchos ojos. Abrió lo que le quedaba de mano derecha y me mostró el trozo de “Gofia” que le había dado el primer día que nos encontramos, no lo había comido. Me cogió con su mano izquierda, con la que tenía dedos, y apretándome el brazo me dijo con una voz baja y extraña que no olvidaré nunca, como si fuera la de la muerte: en esta “Gofia” están los jubilados, vete a los bosques del Norte en nombre del icosaedro verde” ¡Nos habían convertido en caníbales!

Esa misma noche me escapé entre las tinieblas de las calles poco iluminadas arrastrándome como una serpiente para que no me descubrieran. No sé las horas que estuve andando, siempre hacia el Norte. Me seguían unos ojos brillantes, como los de los animales que me miraban en las noches que iba a coger percebes. Aquellas pupilas misteriosas me siguieron durante toda la noche hasta que al amanecer pude ver que eran de “Chopi” mi querida gata, que había sobrevivido a la matanza. No podía más, me tumbé para descansar y me quedé dormido. Me despertó el frío de un cuchillo en mi garganta y un grupo de gente sucia y vestida con harapos, algunos sin mano izquierda, que me miraba con gestos y muecas amenazadores ¿quién eres y a qué has venido? me preguntó el que parecía el jefe mientras hacía sangre en mi cuello con su cuchillo. Aterrorizado conteste: “vengo en nombre del icosaedro verde”.

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Se quedaron mirándome un tiempo que me pareció interminable, como si estuvieran pensando qué hacer conmigo, hasta que una mujer morena de ojos negros se acercó y colgó en mi pescuezo sangrante un poliedro verde atravesado por un cordón redondo de cuero negro diciendo: “este es nuestro talismán de veinte caras, una por cada uno de nuestros héroes, y verde por nuestra esperanza, hecho en el crisol de nuestra sangre y nuestro sufrimiento”.

Desperté en la cama de un hospital, estaba con una pierna colgada del techo y totalmente despistado. No sabía que hacía allí y cuánto tiempo llevaba en aquel estado. Mientras volvía a la consciencia mil cosas se agolpaban en mi cabeza, como si hubiera varias personas usando mi cerebro. A los pocos minutos apareció un doctor y una enfermera que me miraron con una sonrisa. El galeno se acercó a mi cama y me relató: “las malas noticias son que ha tenido usted un accidente grave cuando iba en automóvil a su trabajo, el accidente le provocó varias fracturas en el cráneo y le ha destrozado la rodilla izquierda, ha estado casi un mes en coma. Las buenas son que las fracturas de la cabeza se han curado, que le hemos puesto unos ligamentos de fibra de carbono en la rodilla y que podrá volver a andar, aunque necesitará, y sufrirá, una dura rehabilitación. Del coma ya ve que ha salido. Ha tenido usted mucha suerte. Es probable que durante varios días no tenga las ideas claras y que incluso tenga extraños recuerdos debidos a los efectos del coma y de la medicación, eso es algo normal”. Gracias doctor, gracias, contesté.

Después se me acercó la enfermera y me dijo que habían tirado mi ropa, que estaba destrozada y manchada de sangre, pero que en el cajón de la mesilla tenía los efectos personales que portaba: un reloj roto, un teléfono móvil hecho añicos, una cartera y unas llaves, las de la casa donde vivo solo, y las de mi coche, que había sido enviado al desguace. La enfermera me lanzó otra sonrisa y se encaminó hacia la puerta de la habitación, pero entonces se volvió y me espetó: “Se me olvidaba, también tiene en la mesilla un pequeño poliedro verde que llevaba colgado en su cuello”.

 

 

 

 

lunes, 5 de mayo de 2025

LOS SABOTAJES DEL MINISTRO PUENTE

    


No es, ni mucho menos, nuevo eso de echar la culpa a otros de las fechorías propias, pero el gobierno del señor Sánchez se está sublimando con ello. Recordemos que el presidente del Gobierno ya echó la culpa a Putin de la inflación y que no perdió ni un minuto en salir corriendo a decir que lo del apagón tenía que ser un ciberataque (para más cachondeo ahora quieren una mayor interconexión con Francia, para que el país vecino soporte la red con sus 59 centrales nucleares, mientras aquí las cierran). Pero, ahora nos sale el ministro de transporte, Óscar Puente, y nos dice que el robo de cable de la catenaria en la línea del AVE entre Andalucía y Madrid, que ha dejado tiradas a miles de personas, tiene que ser un sabotaje. Las mentiras de este gobierno son tan burdas que hay que ser muy incondicional para tragar con ellas. La verdad, nos dice, sin embargo, que en lo que llevamos de año, solo en Cataluña, ha habido 240 robos de cable en las líneas de ferrocarril ¿Habrán sido los 10.000 soldados rusos camuflados que según el inefable juez Aguirre iba a enviar Putin para ayudar a los independentistas? No. Son las mafias y los clanes que pululan por nuestro país impunemente y ese cobre acaba en las chatarrerías donde se comercializa. Y no pasa nada. Déjenme a mí la Ley, el Código Penal y ese ejército que, en contra de las condiciones del referéndum OTAN, tenemos en las fronteras de Rusia y yo les prometo que en una semana acabo con la fiesta, y con los "sabotajes".

jueves, 24 de abril de 2025

EL MALTRATO

 


La coartada del maltrato sobre la mujer en el ámbito de la pareja, o fuera de ella, ha sido esgrimida muy hábilmente en los últimos años por los grupos feministas y por los que quieren destruir la familia, tejiendo un relato en el que el hombre es siempre el presunto culpable, el que tiene que demostrar su inocencia y haciendo leyes claramente al margen de la Constitución, diga lo que quiera el Tribunal Constitucional. Así se ha establecido la llamada “violencia de género”, donde los hombres son los violentos y las mujeres las víctimas. Aunque está demostrado que hay muchas denuncias falsas, se niegan, y no solo eso, cuando alguna se demuestra, algo nada fácil, a la que ha cometido falso testimonio, destrozando a veces por completo la vida del presunto maltratador, no le pasa absolutamente nada. Sirva como ejemplo el caso de Dani Alves, donde los grupos feministas incluso  llamaron machista a un tribunal compuesto por un juez y tres juezas. Nadie puede discutir que hay una media de 50 mujeres asesinadas por sus parejas al año en España. Condeno esos crímenes, sin ambages. Lo que llama la atención es que nunca se habla de cúantos hombres han sido asesinados por sus parejas y, muchísimo menos, de cuántos bebés recién nacidos han sido asesinados por sus madres. No hay estadísticas sobre eso o se ocultan. Pero, haciendo un seguimiento por las noticias publicadas en los periódicos de las distintas Comunidades Autónomas llegas a la terrible conclusión de que solo los bebés encontrados en contenedores de basura, la mayoría de las veces muertos, arrojados a ellos por sus madres son el triple de las mujeres asesinadas en “crímenes machistas”. Sin embargo, esto no es noticia, ni se hacen leyes al respecto.

Pero, el maltrato no es solo que te den una bofetada, no es solo el maltrato físico (que condeno, por supuesto) hay palabras y acciones que duelen, que hieren mucho más que un cachete, y en eso las mujeres son maestras, como son maestras en utilizar la intimidad como chantaje, a veces no solo emocional. Yo he visto hombres maltratados físicamente por sus parejas mujeres, pero eso es lo menos frecuente, lo más frecuente es el maltrato psicológico que muchas mujeres ejercen a diario sobre sus parejas, algo que también hacen algunos hombres, pero que muchas mujeres encuentran lo más natural del mundo, se creen validadas, emponderadas, superiores, y se ríen entre ellas cuando lo comentan. Las cámaras y grabadoras instaladas en algunos domicilios y las grabaciones que se pueden hacer con el teléfono móvil, no mienten, y he visto unas cuantas duramente clarificadoras, que no justifican en ningún caso, pero que explican otras cosas.

Lo más tremendo es que frecuentemente, en disputas de divorcios y en algunas otras denuncias, son las propias abogadas (las hay maravillosas y muy profesionales pero las hay adscritas al feminazismo) las que alientan a sus representadas a que presenten denuncias falsas de maltrato o provoquen muy gravemente a sus parejas para obtener una respuesta violenta.

Yo no sé si hay más hombres maltratados que mujeres maltratadas, es imposible saberlo, lo que si sé es que hay muchos hombres maltratados y que de eso no se habla.

miércoles, 23 de abril de 2025

LA IGUALDAD

 


No creo que haya nadie en Occidente tan idiota que ponga en duda que la igualdad entre los hombres y las mujeres es deseable. Todos entienden a que tipo de igualdad me refiero, porque físicamente no somos iguales. La igualdad ante la Ley, la igualdad de oportunidades, la igualdad salarial por el mismo trabajo. A ningún hombre en Occidente, y en buena parte de Oriente, le gustaría que su madre, sus hermanas o sus hijas no tuvieran el derecho a la igualdad. Durante muchos tiempo las mujeres no han disfrutado de esa igualdad, y no disfrutan, ni de lejos, de ella en muchos países y en varias culturas y religiones. Pero, esa sociedad patriarcal (ya hemos hablado de que, durante mucho tiempo antes, fue matriarcal) ha cambiado en los últimos años muy rápidamente en Occidente y en algunos países de Oriente. Lo que en principio era algo de justicia, bueno y deseable para cualquier persona de bien, ha pivotado hacia una situación, la actual, donde esa igualdad no es tal, para nada; la mujer tiene más derechos que los hombres, disfruta de leyes (claramente inconstitucionales) que la favorecen y esa igualdad se ha edificado sobre las cenizas de los derechos de los hombres, de todas las personas. Los grupos feministas y los partidos políticos y movimientos interesados en destruir a las familias utilizan el argumento de la igualdad, no ya como bandera, sino como estilete. Que por el mismo delito al hombre le caiga más pena que a la mujer (agravante de género) es de juzgado de guardia, nunca mejor dicho. Que la custodia de los hijos cuando hay separación o divorcio (eso conlleva el disfrute del domicilio y las pensiones a los hijos) sea otorgada en la mayoría de los casos a los mujeres no es igualdad. Seguramente hay casos, no diré que no, pero, a lo largo de mi vida he trabajado en varias empresas donde había hombres y mujeres y nunca he visto que, por el mismo trabajo, el salario no fuera el mismo. En muchas profesiones bien remuneradas las mujeres ya son mayoría, un ejemplo paradigmático es la judicatura: En España hay 2315 jueces y 3101 juezas, aunque, muy graciosamente, esos grupos feministas y esos partidos políticos acusan habitualmente a la judicatura de machista. Para llamar machista a una jueza hay que tener mucha cara dura y mucho aplomo. Otro argumento que frecuentemente esgrime el feminazismo sobre la igualdad es que las mujeres no están igualmente representadas en los consejos de administración, por ejemplo. Puede ser, pero los hombres tampoco lo están ya en los gobiernos (véase el de España, donde llegó a haber 14 mujeres y solo ocho hombres) ni en los cargos más representativos de la UE ¿Han puesto el grito en el cielo los hombres por eso? Llama la atención que las mujeres no reivindican la igualdad para ir a los lances bacaladeros a Terranova, a 20 grados bajo cero, o para subirse a un andamio, a 30 metros de altura a colocar ladrillos, “eso es cosa de hombres”. Tampoco hubo ninguna reivindicación feminista,  cuando existía en España el Servicio Militar Obligatorio, exigiendo que las mujeres fueran también a la “mili” como los hombres. Y si entramos en el asunto de los cupos, donde para acceder a un trabajo importa más el sexo, el género, que el mérito, es para mear y no echar gota. Así que una cosa es la igualdad y otra muy distinta la ley del embudo, ancho para mí y angosto para ti ¿Entendido?

viernes, 4 de abril de 2025

Y EN ESO SE CAYERON DEL GUINDO

 


Se hunden las bolsas, el precio del oro por encima de los 3.000 dólares la onza y cunde el pánico en el mundo, particularmente en la UE, ante las medidas arancelarias anunciadas por Trump. Conviene apuntar un dato: no se trata de las políticas de un loco que ha aparecido por ahí salido de un episodio de Los Simpson, no, es el presidente de los EE UU, que fue elegido con 77 millones de votos, es decir, son las políticas de una nación, de un imperio venido a menos que necesita tomar medidas drásticas para seguir mandando y no empobrecerse más, incluyendo pasarse por la entrepierna toda la filosofía, y la praxis, económica liberal, ya sabe usted, la libre competencia, la libertad de mercado y todas esas bobadas que nos habían contado. Es muy gracioso, a la vez que trágico, como los que hasta hace cinco minutos nos decían que Rusia quería invadirnos, lo malo que era Putin y que nos teníamos que armar hasta los dientes contra esos pérfidos eslavos y su jefe, ese al que "miras a los ojos y ves KGB, KGB, KGB", esos que han estado lamiendo el trasero a EE UU durante décadas, esos que mantienen en Europa 275 bases militares y otros emplazamientos castrenses de los EE UU, ese que, en fin, decía que prefería un navajazo en el metro de Nueva York a 20 años de paz y tranquilidad en Rusia, ahora se han caído del guindo de la peor manera posible, con un agujero en sus bolsillos, y en los nuestros ¿De verdad hay algún ingenuo que piense que van a reconocer su error, que van a dejar de rendir pleitesía a EE UU y a sus políticas hegemónicas y geoestratégicas, que van a dejar de sentarse, como patéticos lacayos, ante las indicaciones de Trump, como hizo Pedro Sánchez en la reunión del G-20? No, reconocer los errores y rectificar no solo es cosa de personas inteligentes, de sabios, es cosa de gente de bien, y estamos hablando de sinvergüenzas. Hundieron la economía europea con sus políticas industriales y energéticas estúpidas, con una agenda diseñada por individuos e individuas que no tienen ni puñetera idea del campo, ni de automóviles, ni de nada que no sea llevarse un buen sueldo público para su casa y pensar en su siguiente loca ocurrencia. No quieren contestación que los deje en evidencia. A la discrepancia la llaman ahora "bulos y desinformación" y si hay algún político que discuta su relato ridículo se lo cargan, sea de izquierda o de derecha, eso les da igual, como hemos visto primero en Rumanía y después en Francia. No hay cosa más peligrosa que un idiota con poder, y no estoy hablando de Trump, estoy hablando de otros, empezando por Bruselas y acabando por donde usted quiera. Tranquilo, que ellos y ellas lo van a solucionar. Atento.