
Como conocemos muy bien la
verdadera condición de una buena parte de la derecha española, sus cosas no nos
extrañan, aunque algunos lleven la bandera de España hasta en el calzoncillo,
sabemos perfectamente que no tienen el patriotismo tanto en el corazón como en
la cartera, extraña más que conspicuos del Partido Socialista se unan al
aquelarre, no porque no hayan atacado a Pedro Sánchez en el pasado reciente, no
porque no dieran un golpe contra su propio secretario general, sino porque
unirse en las críticas a las derechas más cavernícolas es demasiado grosero.
Eso es lo que han hecho Felipe González, Alfonso Guerra y los mismos barones
que protagonizaron la asonada contra Sánchez. La guinda del pastel iba a ser el discurso de Vargas Llosa, ese peruano, con nacionalidad española desde 1.993, que en su juventud fue comunista y que ahora, marqués y defraudando a Hacienda todo lo que
puede, se ha erigido en portavoz de las derechas, pero, finalmente, lo han
reservado para mejor ocasión. Ser pareja de Isabel Preysler debe imprimir
carácter, porque un recorrido parecido hizo Miguel Boyer.
En fin, con una izquierda
desarbolada, sin ideas, sin programa, cometiendo continuos errores, algunos que
se rectifican al cuarto día, sin Norte ni hoja de ruta, etc, las derechas lo
tienen claro, todas ellas, desde las más extremas hasta Ciudadanos, pasando por
el PP, se han unido con una sola intención: llegar al poder y hacerlo cuanto
antes. Los demás eslóganes son pamplinas.
A mí estos asesores que tiene
Pedro Sánchez, por inútiles, me recuerdan mucho al director deportivo del
Sporting, caen los entrenadores que trajo, son un desastre los jugadores que
fichó, el equipo va de capa caída, pero ahí sigue, tan guapo. A veces los
despidos fulminantes son necesarios, antes de que la hecatombe sea total. Para
que el PSOE, y las izquierdas en general, no sufran un batacazo de libro, un
batacazo del que puede que no se vuelvan a recuperar, hace falta un milagro o
algo que se le parezca. Esas cosas a veces han sucedido, dicen que en
Covadonga, por ejemplo. Los que somos de poca fe, y más de Santo Tomás que de
San Agustín, queremos verlo con estos ojitos.
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