
Antes de la Transición, se diseñó
el esquema para la “democracia” española. Había que hilar fino, no fuera a
pasar como en Portugal, con la “Revolución de Los Claveles” y luego llevar el
asunto al redil fuera más complicado. Lo primero fue eliminar a Carrero Blanco,
un franquista que podría tener la tentación de seguir con el régimen, un
régimen que empezaba a hacer agua por todas partes y que ya no era un buen
instrumento para los que, en verdad, detentan el poder. Lo segundo era
potenciar una izquierda bien controlada que minimizara el poder del PCE, la
única izquierda organizada que había luchado contra la dictadura fascista.
Había entonces dos partidos socialistas, el que se apellidaba “histórico”
heredero del PSOE de la Guerra Civil, y el “renovado” que fue un invento del
poder, aunque algunos piensan que los inventores fueron Felipe González,
Alfonso Guerra y algún otro. Ese PSOE(r) recibió mucho dinero de la
socialdemocracia alemana, del partido laborista de Israel y hasta de la propia
UCD, en teoría la fuerza política antagónica, que surgiría en la Transición a
partir de los restos políticos del régimen franquista. Felipe González fue el
encargado entonces de secuestrar a la izquierda, empezando por su propio
partido, el PSOE, y trabajando muy bien para dejar al PCE reducido a la
expresión de no ser una amenaza para el sistema. González unificó primero las
dos ramas del PSOE y luego integró en él al PSP de Tierno Galván, mientras
conseguía los cuadros políticos que la nueva organización no tenía comprando,
con cargos y buenos sueldos, a comunistas del PCE en lo que se dio en llamar
“el pesebre”. No solo hubo operaciones muy groseras individuales como lo que
sucedió en la Conferencia del PCA en Perlora (Asturias) en 1978, también
colectivas más tarde, como la de “Nueva Izquierda”, una plataforma creada por
Cristina Almeida y otros comunistas con muy pocos escrúpulos y muy poca
vergüenza para dar el salto al PSOE. Felipe González abandonaba el marxismo,
engañaba a los españoles para permanecer en la OTAN e iniciaba una política
salvaje de privatizaciones (que culminaría Aznar) que desmantelarían el tejido
industrial público de España, el INI, una de las buenas cosas que había construido el régimen de Franco, que proporcionaba un control estratégico de la
industria primaria al Estado y garantizaba una buena parte de nuestra soberanía
económica.
Pasaron los años y aquel proyecto
socialista de secuestro de la izquierda, que convirtió al PSOE en un partido
más de derechas, se agotó. Mucha gente, sobre todo los jóvenes, empezaron a ver
al PP (sucesor de la UCD) y al PSOE como las dos caras de la misma moneda, dos
organizaciones políticas que se habían repartido el cortijo con la bendición de
los poderes fácticos interiores y de los poderes imperiales y comunitarios
exteriores. Mientras, el PCE, con muy pocos recursos económicos y muy mermado
de cuadros políticos, había creado Izquierda Unida, una organización donde los
comunistas eran hegemónicos y que llegó a tener alguna fuerza y relevancia
política durante el mandato de Julio Anguita como coordinador general, pero que
nunca llegó a amenazar al poder. Fue en este caldo de cultivo, de la
descomposición del esquema político diseñado desde ya antes de la Transición,
que surge Podemos, un movimiento similar a los que surgieron en otros países,
que se dieron en llamar “primaveras”, aunque con rasgos singulares. No voy a
contar aquí la historia y el recorrido de Podemos y sus franquicias, algo
sobradamente conocido, solo decir que llegó a tener 70 diputados y, aún hoy,
sigue en el gobierno de España. Los dirigentes de Podemos, como antes había
hecho Felipe González, iniciaron entonces el segundo secuestro de la izquierda,
convirtiendo sus tradicionales demandas y reivindicaciones en defensa de
minorías, en iniciativas estúpidas que llegan, incluso, a la defensa de la pederastia, y en políticas que nada tienen que ver, no ya con la lucha de clases o
el feminismo auténtico, incluso con la soberanía nacional y el poder del Estado, defraudando a los
que les había apoyado.
La derecha y la ultraderecha
están haciendo una labor magnífica contra Podemos y sus derivados y contra el
PSOE, casi tan buena como la de autodestrucción que están haciendo los propios
dirigentes de esos partidos políticos, liberando entre todos ellos a la izquierda
de sus secuestradores y dejando un hueco que alguien tendrá que cubrir, alguien al que, otra vez, se
apresurarán a controlar.