
Nos gobiernan individuos
corruptos que utilizan a la Fiscalía como abogado defensor de los delincuentes,
para que estos no se vayan de la lengua ante los jueces, y que piden
sacrificios a los trabajadores mientras los millonarios aumentan.
La política, y hago serios
esfuerzos para no ser catastrofista, está muy podrida y si entre todos no
ponemos coto a esta deriva las consecuencias serán muy dolorosas. Hemos llegado
ya a un punto en que ningún candidato debe ser tenido en cuenta si no se
compromete, como primera medida de su Gobierno, a actuar contra la corrupción
con mano de hierro y caiga quien caiga, incluidos, naturalmente, los conspicuos
de los partidos que nos han estado gobernando y que se han lucrado con
sobresueldos, mordidas y toda clase de prebendas y regalos por recalificar
terrenos o por adjudicar suculentos contratos de obras públicas, por ejemplo, y
también, faltaría más, los miembros de la Casa Real, sin excepciones, que se
han burlado de los ciudadanos españoles.
La evidencia mas diáfana de la
grave situación que ya está sufriendo la democracia es el acoso que están
sufriendo los jueces que se han atrevido a seguir adelante con causas en las
que están implicados personajes que trabajaban para el poder establecido.
Cuando el juez Baltasar Garzón fue apartado de la magistratura algunos se alegraron,
otros también se congratularon de que Federico Jímenez Losantos, con el que no
comparto ni una sola opinión, tuviera que abandonar la COPE. ¡Cuidado!, mañana
podemos ser cualquiera de nosotros.
Pero, España no es una singularidad,
el imperio de las mafias y de los que se pasan la Ley por la entrepierna está
muy extendido. Estos días todos hemos visto lo que está sucediendo con el
ex-agente de la CIA, Snowden, que, tras peligrosas peripecias, ha terminado,
inteligentemente, en Moscú, donde el presidente Putin, (muy enfadado con Obama
por la intervención de las potencias occidentales y sus lacayos en Siria) es
mas que probable que le dé asilo. Pero, evidentemente, no es Snowden el
delincuente sino los que, sin orden judicial alguna, llevan años espiando a los
ciudadanos del mundo, interviniendo sus llamadas telefónicas, sus fax o sus
correos electrónicos, para, bajo la coartada de la lucha contra el terrorismo,
satisfacer oscuros intereses.
Como a Julián Assange, que lleva
ya mucho tiempo recluido en la embajada de Ecuador en Londres, los falsos
demócratas son capaces de acusar de alta traición a un ciudadano de otro país
(Assange es australiano) y de poner en peligro su integridad física con total
desfachatez, mientras salen impunes de sus propias fechorías.
Los nuevos sátrapas tienen bajo
control a las instituciones democráticas y a muchos medios de comunicación,
pero, a pesar de sus tejemanejes y de organizaciones espías tan poderosas como
ECHELOM, el nuevo Gran Hermano, a la vista está, no lo domina todo.